Introducción
Hay que volver a ser niños para apreciar el poder de la vida sin la personalidad de un adulto. Cuando tienes pocos años de vida, no necesitas distinguir entre verdad o mentira. En realidad no necesitas distinguir nada, pues todo es un abanico de nuevas experiencias, que se abre en la medida que descubres que vivir y aprender es una misma cosa.
Sin duda no eres complicado y no lo sabes, tampoco sabes que eres sencillo, ni eres consciente de que vas aprendiendo, en cosas tal aprender significa perder el miedo, y en otras significa experimentar, atreverse... vivir un tipo de osadía que va acompañada de la inocencia.
La cercanía de una niña o un niño hacia la magia es algo inherente. Puede que lo visible o lo invisible se mantienen en un mismo nivel de realidad. La imaginación no es diferente a lo objetivo. Y esto, hay quien dice que es por la inocencia, que es la pureza inherente del ser, sin los atavíos de la mente que progresivamente irá tomando forma, y nos hacemos adultos, pero a veces uno se pregunta, ¿qué me he perdido al hacerme adulto?
Cuando cierro los ojos
Era un día luminoso en el parque, y el sol se filtraba entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luces y sombras en el suelo. Samuel y Luzgarda se acercaban a un banco de madera, rodeados de pequeños destellos de luz que danzaban a su alrededor.
Eran hadas, diminutas criaturas que parecían hechas de polvo de estrellas y risas infantiles. Cada vez que una de ellas revoloteaba cerca, una suave melodía llenaba el aire, como si el mismo parque cantara en armonía con la inocencia de los dos jóvenes.
Mientras se sentaban en el banco, pequeñas hadas revoloteaban a su alrededor, sus alas brillando con destellos de colores que reflejaban la luz del sol. Las criaturas mágicas parecían danzar al compás de la risa de Luzgarda, mientras Samuel, con su mirada curiosa, se dejaba llevar por la maravilla que les rodeaba. Sin darse cuenta, estaban inmersos en un mundo donde la realidad y la fantasía se entrelazaban para crear un espacio donde la magia era parte esencial de la vida.
Mientras las hadas danzaban, Samuel y Luzgarda comenzaron a hablar sobre los sueños que llevaban en el corazón. Samuel mencionó su deseo de explorar el mundo, de conocer lugares lejanos y culturas diversas. Luzgarda, por su parte, compartió su anhelo de crear arte, de plasmar la belleza que veía en su entorno en lienzos llenos de color.
Sin saberlo, estaban tocando la esencia de la magia que los rodeaba. Las hadas, al escuchar sus palabras, se acercaron aún más, como sintonizando la pureza de sus intenciones. Con cada rayo de luz que emitían, parecía que el aire se llenaba de posibilidades infinitas. Era como si la inocencia de Samuel y Luzgarda despertara algo profundo en el universo, algo que había estado dormido durante mucho tiempo.
—¿Alguna vez te has preguntado qué significa ser inocente? —preguntó Luzgarda, mientras una pequeña hada se posaba en su hombro como si quisiera escuchar atentamente.
Samuel, reflexivo, respondió:
—Creo que la inocencia es como una luz interior que no se apaga con el tiempo; más bien se transforma en comprensión y amor.
Ambos compartían una conexión profunda, una chispa que les permitía ver más allá de lo evidente. En ese parque lleno de magia comprendieron que el verdadero poder no residía en hechizos o encantamientos, sino en la pureza de sus corazones. Era esa inocencia y asombro ante lo simple lo que les permitía apreciar la belleza extraordinaria de la vida.
Mientras conversaban, el aire se llenó con una melodía suave como si los árboles y las flores se unieran en un canto para celebrar su amistad.
Las enseñanzas de antiguos filósofos resonaron en sus mentes recordándoles que la sabiduría no siempre proviene de libros sino también de experiencias vividas, amor compartido y conexión con el mundo que les rodeaba.
La tarde avanzaba y las sombras comenzaron a alargarse, pero el brillo en los ojos de Samuel y Luzgarda nunca desapareció. Sin saberlo, estaban sembrando semillas de esperanza en sus corazones, permitiendo así que la magia de su inocencia floreciera por todo el parque.
La pureza de sus pensamientos y deseos era un reflejo de las enseñanzas de aquellos sabios del pasado, cuyas ideas aún resonaban en el aire.
Con el tiempo, Samuel y Luzgarda se convirtieron en guardianes de esa magia sencilla pero poderosa. Compartieron su luz con otros, recordándoles que la verdadera belleza reside en la inocencia y en la capacidad de apreciar lo que realmente importa.
Esa tarde entre risas y susurros mágicos, aprendieron que la vida es un viaje lleno de maravillas donde encontrar paz está en lo simple, y revelar belleza interior depende solo del valor de mirar en el corazón.
En su inocencia descubrieron que todos llevamos dentro una chispa mágica recordándonos así que el amor y la conexión son las verdaderas fuerzas transformadoras del mundo.
La inocencia es la fuente de la magia (versión leer y escuchar)
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