Nada mejor que un pequeño relato para expresar una idea simiente, adjudicada tras reflexionar contenidos filosóficos, con el consiguiente efecto de que te sales de la vorágine de la sociedad, y parece que te adentras un poco en ti mismo.
Sofía tuvo suerte porque su madre se casó pronto, y el abuelo por parte de madre estaba muy vivito y coleando. Un señor mayor entrañable y siempre muy atento. Con una cercanía inusitada desde la mirada, que parecía un ángel encarnado.
Sofía era muy inquieta e inteligente, osada como su madre, y con su abuelo Abelardo iba a saco con todo el equipo de preguntas y sueños…
Desde los 7 años Sofía tenía una especial vinculación con Abelardo. Su madre se sorprendía cuando estaban juntos, y alucinaba con la impresión de que se entendían más con los espacios de silencio que las palabras.

La idea simiente, como llamaba Abelardo a la esencia de sus conversaciones con la nieta, esa mañana de domingo trataba sobre las buenas noticias. Y el abuelo se atrevió con su agasajo habitual a responder a Sofía su pregunta, que trataba sobre qué es una buena noticia.
Abelardo le acarició los brazos con sus grandes manos, y le habló de que lo bueno y lo malo es relativo.
—Recuerda la expresión de que nunca llueve a gusto de todos.
Sofía sonreía con las frases de su abuelo. Este aparenta seriedad, pero su respingona nariz indicaba complacencia y alegría.
—Fíjate Sofía, que las personas, en la medida que crecemos, aprendemos que en la vida, cuando las cosas que no dependen de nosotros se aceptan, esto nos ayuda a algo importante, que es vivir una nueva experiencia. Y las experiencias de este orden no se buscan, sino que aparecen, y es como que la vida te está diciendo que ya estás preparada para subir otro escalón. Las experiencias son el espacio de aprendizaje, como cuando en la escuela estás en el aula.
Los ojos de Sofía se engrandecían, acompasando un nivel de atención que sentía cuando escuchaba a su abuelo.
—Dime, abuelo. ¿Te refieres que lo bueno de cualquier cosa es cuando sirve de experiencia?
De nuevo Abelardo sentía la placidez infinita del alma.
—Podemos decir que así es, querida nieta. Todo son experiencias, que se manifiestan a través de circunstancias, que a veces las ofrece la vida, y otras somos las personas quienes participamos en ellas. Cuando vivimos algo que nos gusta, que nos despierta una afinidad con alguien, en realidad quien vive esto no es la emoción sino algo más interno que es el alma.
Abelardo hizo una pausa sin dejar de mirar a la nieta, y continuó.

—Pero lo que gusta de verdad despierta esa afinidad, que es interna, y ahí es cuando se aprende. Fíjate cuántas noticias ponen por la televisión o en la prensa, y realmente casi todo mueve la emoción, que te hace opinar sobre algo que seguramente ni conoces, y esto es como muchas personas encuentran lo bueno y lo malo, pero se pierden lo que otras que saben observar con atención, llegan a sentir, y estos sentires no son emociones, sino que en ellos encuentras puertas que te hacen vibrar el corazón, y ahí hay un silencio más vivo que cualquier cosa extraordinaria de la vida que apreciamos con los sentidos.
—Abuelo… tendrías que escribirme estas cosas para poder retenerlas, —dice Sofía sonriendo.
—La verdad es que pienso que me hablas de algo que está por encima de la mente, ¿verdad?
—Efectivamente querida, de nuevo aprecias que la atención es la vía para trascender los sentidos, y no confundir una emoción con una chispa de intuición. No confundir un concepto con una verdad interior. Y lo bueno de las noticias es, en general, no hacer caso a lo que dicen que son las cosas circunstanciales, porque hay algo por encima de ellas, que se llama causa.
—Entonces, abuelo, lo que llamo real es solo un espacio para aprender lo que hay en mí, ¿es así?
—Diría mejor, Sofía, para despertar lo que eres de verdad. Sabes que hablo de la conciencia.
Y salieron juntos de paseo por un sendero cercano a la casa de campo donde vivían...
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