Responsabilidad

El ciclón termina. El sol vuelve, los cocoteros altos levantan sus plumas de nuevo, el hombre hace lo mismo… (Paul Gauguin)
Esta mañana miré sus rostros, y no apreciaba tristeza o dolor por la tragedia ocurrida. Esa parte visceral y negativa de la emocionalidad se había sustituido por la alegría que da el sentirse útil y solidario, por la empatía, por el amor demostrado hacia personas, sean estas amigas o desconocidas, por la creatividad y, sobre todo, por la unión. Estaban viviendo un momento que pedía decisión, generosidad, serenidad y aplomo.
Observé a una gran cantidad de personas anónimas, altruistas, solidarias, que llevan a los demás un abrazo de calor, energía y esperanza.

Miré también sus rostros cuando regresaban, tarea cumplida, reflejando cansancio, pero, sin embargo, con una actitud animosa y decidida. Conversé con ellos y comentaban “mañana hay que volver otra vez, hay mucho trabajo, tenemos que seguir…”
Junto a estos actos unánimes y multitudinarios de generosidad, observé también otras reacciones: egoístas, hipócritas, manipuladoras, que distorsionan, que impiden, que conllevan sufrimiento, dolor y malestar. ¡Qué diferencia entre las primeras y estas últimas!, en la manera de pensar, en la manera de sentir, en la manera de vivir.
Y observé la realidad de esa frase que dice que los desastres suelen sacar lo mejor de las personas, pero también lo peor: la individualidad y el egoísmo que producen efectos lamentables suelen aparecer junto a los valores solidarios que se potencian y comparten ante un problema a resolver.
Considerando la solidaridad como un valor esencial, notable, que nos une como seres humanos, me he preguntado por qué sentimos la necesidad de ayudar a otros, incluso a desconocidos. ¿Qué nos impulsa a ser solidarios y cómo afecta esto a nuestra vida y a la de los demás?
“Es precisamente con la vejez, la pérdida o la tragedia personal cuando, tradicionalmente, la dimensión espiritual entra en la vida de la gente. Es decir, su propósito interior solo emerge a medida que su propósito exterior se va hundiendo y la concha del ego empieza a resquebrajarse.” (Eckhart Tolle)
Seguí conversando con ellos y me sorprendió escuchar que quizá sucesos como una catástrofe, una pandemia, un desastre natural… (cuya llegada somos incapaces de evitar) debemos tomarlos como un aprendizaje: aprender a vivir con una actitud distinta, desde la alegría, desde la fuerza, desde el amor. Convivir con nuestros semejantes y estar ahí siempre, no solo en ocasiones puntuales, cuando se nos “necesite”, valorar que nada sucede por casualidad, que todo es efecto de una o de muchas causas que quizá nos pasan desapercibidas.

Recordé una frase que solía decir mi abuela: “solo nos acordamos de Santa Barbara cuando truena…” Muchos elementos naturales, muchas situaciones, acciones, omisiones, actitudes de negligencia, pequeños o grandes egoísmos, excesos o pasividad, pueden confluir en un momento dado y acaban por provocar que lleguemos a sentirnos impotentes ante ciertas situaciones. Y ahí estamos todos entendiendo nuestras mil responsabilidades de mil maneras distintas, quizá sin llegarnos a preguntar qué falla en nuestro sistema, pero también qué falla en nosotros, que hace que estos hechos se conviertan a veces en situaciones irreparables.
Si nos preguntáramos que grado o qué porcentaje de responsabilidad tenemos en las cosas que ocurren a nuestro alrededor ¿qué nos responderíamos?
Sería interesante, pues, por no decir obligatorio, analizar nuestra reacción y las reacciones de la sociedad en estos sucesos y profundizar en el significado mismo de la palabra “solidaridad”, como expresión de los seres humanos ante la responsabilidad social que tenemos como individuos, hacia el otro y con el otro. Hacia todos. Todos nosotros formamos parte de la sociedad que, además, construimos entre todos día a día, y en ella, la solidaridad es un valor esencial.
Vivir es convivir al lado del otro y que esto no sea un acto puntual de altruismo o generosidad sino un imperativo ético, una obligación moral, una expresión continua de amor hacia nuestros semejantes. En lo bueno y en lo malo… cada pequeño gesto cuenta.

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