Retazos de un voluntario
El valor de la familia lo aprendes todo el tiempo de la vida. No lo terminas nunca de aprender, se puede vivir cada instante a pesar de las circunstancias.
La mirada apacible de quien nos necesita no se consigue solo haciendo algo, sino también evocando compañía y amor. Dos palabras sencillas que tienen sentido tanto para el que las da como para el que las recibe. ¿Hay mayor valor que la oportunidad de ayudar a alguien que te necesita? Me refiero, también, a esas necesidades que no se aprecian, que quien las sufre no las pide, por ello hay que querer verlas...
Un voluntario ayuda a que esos valores invisibles no se posterguen en la vida de muchas personas necesitadas. Pero las necesidades no son solo las más evidentes y formales. Muchas veces surge la pregunta de cuántas necesidades hay, que por sencillas, pasan desapercibidas. Las pequeñas cosas y darles un valor práctico hace que un ser humano sienta la belleza de una actitud, de una intención, de una acción, y esto es como la flor, que nos regala su perfume sin mirar a quién.
Hay personas con la suerte de estar en una residencia que puede resultar un trocito de paraíso. También quienes trabajan como empleados, siendo profesionales y de corazón, hacen que ese paraíso parezca de verdad un pequeño cielo. Porque todo lo positivo influye en las personas para sentirnos bien. Y, cuando ves de cerca a personas que son más o menos dependientes, posibilitas que cualquier detalle de amor, de paciencia, de cariño, sea tan importante como el aire que respiramos.
Visitar a mi madre en la residencia fue una experiencia que nunca olvidaré.
Residencia Balica en Benicolet.
A pesar de haberla conocido desde que nací, fue en este lugar donde tuve la oportunidad de verla con más cercanía, de experimentar su día a día, de dar y recibir su compañía. Y no solo eso, además, me permitió conocer a otros residentes que también disfrutaban de ese bien hacer de los profesionales de la residencia, de la presencia de un familiar que los mira directamente, los escucha y los acaricia con la mirada... Porque ellos así lo hacen contigo.
Fueron días llenos de emociones, de aprender de lo silente, con momentos agradables y otros no tanto, pero lo importante fue la cercanía, acompañándonos uno al otro. Ver a mi madre sonreír cada día, sentir su agradecimiento, la presencia sencilla que expresaba más el alma que su personalidad, era una recompensa inmensa que valía cada segundo de mi tiempo.
Pero también vi a otros residentes que necesitaban de compañía, que a veces se sentían solos y tristes. Fue entonces cuando supe que mi presencia allí no solo era importante para mi madre, sino para todos los que habitaban allí, porque cuando te veían les dabas una esperanza de que también serían visitados por alguien de su familia.
Aprendí a escuchar sus historias, a compartir unas risas, y darles esa compañía que tanto necesitaban. A partir de ese momento, supe que acompañarlos era una tarea imprescindible, que ellos también merecen una vida digna y llena de amor y compañía.
Por eso, animo a todos aquellos que estén en la misma situación que yo estuve, a que dediquen un poco de su tiempo, a que compartan, allá donde estén, con ellos, momentos. No saben lo importante que es para ellos, y lo enriquecedor que será para ustedes.
Estar en la residencia con mi madre fue una de las experiencias más valiosas de mi vida. No solo me permitió estar con ella, sino que también me enseñó la importancia de estar ahí para los demás, especialmente para aquellos que necesitan de una compañía sincera. ¡Acompañémoslos, hagámosles sentir que no están solos!
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